Ahora mismo no están leyendo ustedes al director de MARCA, sino al niño que fui hace 35 años, cuando domingo sí y domingo no subía andando desde El Carrascal hasta el Luis Rodríguez de Miguel para ver al Lega. Cruzábamos Zarzaquemada en diagonal, el Parque Picasso casi a la carrera para evitar el peaje que imponían los últimos jinetes de la heroína –tiempos duros- y atravesábamos el pasaje comercial –donde hacíamos acopio de viandas infantiles para el descanso- antes de enfilar la acera del poco eufemístico manicomio y por fin, llegar al campo del Lega.
Acceder al humilde y añejo estadio provocaba en mí un cosquilleo estimulante. Aún no era tiempo de novias, por lo que nuestro amor incondicional se lo brindábamos a esos colores blanquiazules que reforzaban, en aquel niño que fui, el necesario sentimiento de pertenencia a un colectivo. Éramos socios del Lega, y eso te daba cierta autoridad en las conversaciones del colegio o del instituto.
Instalados en el fondo más alejado de los vetustos vestuarios, escuchábamos perfectamente el crujir de los tacos en la tierra, las voces de los jugadores, el bote de cada balón; vibrábamos con las zancadas de Trobbiani, respirábamos de alivio con las paradas del sobrio Aguilera, achinábamos los ojos con cada entrada de Osa Muñoz, y los abríamos de par en par con cada porra de Moreno. Sufríamos viendo a Macipe ponerse de cara a su propia portería para no ver el penalti que algún compañero estaba a punto de lanzar. Festejábamos cada victoria como si fuera una final. Ante el Conquense, el Móstoles, el Aranjuez… Recreándonos en ese rústico marcador de tablillas que manejaba Desi; satisfechos de que se cumpliese ese entrañable eslogan, «que gane el mejor y que el mejor sea nuestro Lega«, que se escuchaba antes de los partidos por la estridente megafonía del campo. Eran encuentros de barro, de brega, de mucha intensidad pero también muy buen fútbol. Para nosotros, cada partido era de Champions. Y estábamos en Tercera división. Salíamos del estadio alborozados –hacíamos escala para el obligatorio bocata de oreja- y desandábamos el camino a casa con música en los oídos: «…ha jugado con mucha fe…»
Aquel animoso grupo de niños que éramos –José Miguel, Segundo, Juan Luis, Guiller, Javi, José Carlos…-, que pagábamos religiosamente nuestra cuota de 100 pesetas en el bar Aris, no podíamos imaginar que el futuro nos tuviera reservado este paseo por las nubes que, décadas después, nos está brindando nuestro Lega.
Podría relatar numerosos episodios que son como eslabones de la afectiva e irrompible cadena que me une al equipo: mi primera entrevista para ‘El Informativo‘ con algún jugador del Legamar, mi primera retransmisión para Antena 3 de un partido del Leganés, mi primera visita al flamante estadio de Butarque, el macrofiestón de la Plaza Mayor la tarde del Hospitalet, el inolvidable viaje a Miranda, la visita de toda la plantilla a MARCA tras el ascenso, la histórica victoria copera en el Bernabéu…
Aquel niño que fui no podía imaginar tantas emociones futbolísticas, tantas alegrías. Era imposible aventurar que un día el fútbol nos recompensaría con tanta grandeza aquellas largas caminatas de los domingos de mi infancia.
Escribo todo esto sentado en la tribuna de Prensa del Sánchez Pizjuán. El equipo acaba de caer en las semifinales de la Copa del Rey, la cumbre más alta a la que ha escalado el Lega en nueve décadas de vida. Sé que la sensación de pena, tristeza y desilusión será mañana un orgulloso recuerdo de honor y gloria. Si te duele perder es que eres un campeón.
Las gradas se van vaciando. En una esquina alta del feudo sevillista, 400 ‘pepineros’ (en nombre de otros 180.000 que han vibrado viendo el partido por la tele) muestran sus bufandas blanquiazules cosidas con el hilo que teje los sueños, cantan el himno y corean el nombre de Asier Garitano, el técnico que ha llevado al Lega al cielo. De su mano, y gracias a su excepcional trabajo, estamos viviendo experiencias inimaginables. Disfrutando como nunca. Asier ha agigantado al equipo. Y lo ha puesto definitivamente en el mapa, compitiendo sin complejos en Primera división. ¡En Primera división! Es el artífice de un pensamiento que nos une absolutamente a todos: «¡Quién nos lo iba a decir!»
Salgo del Pizjuán y de camino al hotel veo pasar el desfile de autocares que inician el regreso hacia Leganés (en uno de ellos iba mi hijo: las pasiones se heredan). Cruzarán Despeñaperros, La Mancha… como nosotros atravesábamos la Avenida de Fuenlabrada o la Calle Rioja de vuelta a casa. Con la cabeza alta y los sueños intactos. Emocionados de lo grande que es ser pequeño. Pensando ya en el siguiente partido, para seguir al Leganés donde quiera que se encuentre.
Aquel niño que fui me mira desde la distancia con ojos de orgullo y felicidad.
Juan Ignacio Gallardo. Director del diario MARCA
sin palabras me quedo.
Gallardo, Pues has estado enorme!! Emocionado al leer la historia de mis amigos en tus palabras. Y nosotros rondamos los 43 y bajadas desde Sanni, pero pagamos el peaje de los jinetes, jeje Mil gracias.
Solo te ha faltado un apunte, siendo niño, el Leganes permitía la entrada al campo acompañado de un adulto, y siempre había que ponerse en la puerta y decir solo dos palabras: me pasa?
Qué grande eres amigo….. sí yo también me siento orgulloso de haber pertenecido junto a ti y nuestros mejores amigos de haber animado al Lega…. que gran comentario…. grande muy grande eres
Con Gallardo ha pasado lo mismo que con el Lega, incluso muy parecido que con Garitano, y es que pasando los años estaban predestinados a «militar en máxima categoría». Era cuestión de tiempo porque sus cimientos fueron similares: Voluntad, deseo, constancia, capacidad, Calidad ….. y humildad como base para llegar alto respetando a los rivales.
Además Gallardo, al igual que Garitano, «son 10». Sí 10 letras con el prefijo Lega:
LEGALLARDO
LEGARITANO
Suerte que hemos tenido en LEGANES