L
a frase más repetida en Butarque el pasado miércoles, tras perder con el Real Madrid, fue: «el sábado que viene sí que es un partido importante. Ganando a Las Palmas conseguimos media permanencia, como una final«. No le faltaba verdad a la sentencia que escuché en boca de bastantes aficionados, pero no es menos cierto que suponía la elevación de la expectativa a la enésima potencia. Estaba claro el silogismo: Un mes sin ganar y enfrente estaba Las Palmas; pues blanco y en botella. Por lo propicio del rival, por su necesidad y por las ganas de ver al equipo sumar de tres -casi un mes después- era más que evidente que no se podía fallar (o no se debía). Esa idea fue calando en muchos seguidores durante la semana.¿Qué ocurrió? Que no se ganó a Las Palmas y el aficionado exigente, ese que habla de «ponerle huevos» y piensa que Guerrero cobra como Benzema, se fue a casa con un disgusto de tres pares de narices. Por contra, el que ha dejado la exigencia en casa desde el 22 de junio de 2014 -no confundir con el conformismo-, se marchó de Butarque con el mosqueo de no ver ganar a su Lega, pero poniendo en perspectiva el contexto de ese 0-0, el mismo punto obtenido en Getafe hace unas semanas, pero con una gran diferencia: el camino escogido para lograrlo. Cortar la mala racha de tres derrotas consecutivas -cuatro contando la Copa- y pensar ya en el Metropolitano abrazado a mejores sensaciones. A efectos de clasificación vale lo mismo, pero si bien el Lega no mereció puntuar en el Coliseum, sí mereció llevarse los tres ante Las Palmas.
Ese aficionado, que también se cabrea con lo que tarda Cuéllar en sacar de puerta, con un mal regate de Naranjo o con un despeje fallido de Siovas, siguió poniendo en perspectiva el empate. Y se dio cuenta, al llegar a casa, que su Lega está jugando en Primera División, que la distancia con su verdadero objetivo sigue igual (+11 sobre el descenso) y que después de año y medio en la élite no ha habido una sola jornada que el Lega viese su nombre sombreado en rojo en ninguna clasificación. Exigencia, con mesura, e inconformistas, por naturaleza. Sería un buen eslogan para un Lega al que hemos visto -hace menos de un mes- tocar el violín en el Santiago Bernabéu. Habrá que cabrearse, pero será mejor que después, pongamos las cosas en perspectiva.
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