Seis partidos consecutivos sin perder es un dato impresionante para un equipo como el Leganés en un lugar como éste. Sí, impresionante. Que en el fútbol no baste siempre con jugar bien es una lástima, porque de ser así, el Leganés sería líder. Seis partidos invicto parece reconfortar porque suena bien, pero lo cierto es que encontrar entre ellos sólo una victoria resulta un pobre premio para un equipo que ha estado más cerca de ganar que de perder en todos, o casi todos ellos. ¿El denominador común? El gol, en sus dos posibles.
La ausencia de gol fuera de casa, explicaba Asier en Elche, te lleva con probabilidad a la derrota. Señal de que el trabajo defensivo ha sido excepcional en las últimas tres salidas. Tan excepcional como el ataque. Dejando a un lado la igualdad más evidente en Vitoria, este Leganés merecía regresar a Madrid con más de un punto de Tenerife y Elche. Un problema el de no ver puerta a domicilio, parecido al de encajar como local. Albacete y Girona son el ejemplo de que recibir dos goles en Butarque también hacen probable un resultado no deseado.
No es ningún secreto que a este Leganés le está costando ganar los partidos. En exceso, para el buen trato de balón que tiene, el control del partido que hace, y las ocasiones que ello le genera. Este Lega no nos deja otra opción que creer en que el acierto es cuestión de rachas. Que los empates llegarán algún día a ser victorias en masa. Que se repetirá la secuencia Llagostera-Mallorca-Lugo-Santander del año pasado. Que algo de suerte se debe necesitar en esto de enfrentarse once contra once cuando jugar bien no es suficiente.
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