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No hubo tal

El confinamiento ha propiciado que el vecino de enfrente y yo pasemos el umbral del cordial “buenos días, buenas tardes”, a algo más de calor humano y ha resultado ser un socio del Celta entrañable.  Burgalés de pro, me confesó su afiliación futbolística tras preguntarle por el equipo que elegía para enfrentarse a su hijo en la Play Station. La reanudación de LaLiga generó entre nosotros un intercambio de whatssaps deseándonos mucha suerte y que el Leganés lograra que el Valladolid pagase los platos rotos para que beneficiase a ambos. 

No hubo tal. 

Día de partido frente al televisor. Aún a sabiendas que la retransmisión iba a ser extraña por ver un Butarque desolador, la emoción fue la misma que un día de liga de la “anterior” normalidad. Las cervezas, la quedada con amigos en casa, los nervios previos a la hora del partido. La camiseta rescatada para las ocasiones especiales, los WhatsApp vacilones, y el pensamiento de poder sacar pecho delante del vecino a la mínima coincidencia en el portal… 

No hubo tal. 

El último recuerdo de la anterior normalidad fue un golazo de Óscar, fue nuestra primera victoria fuera de casa, fue una explosión de esperanza que teñía de blanquiazul el horizonte. Fue mirar en el calendario y despejar cualquier otro plan que no fuera estar en Butarque para ver el partido contra el Valladolid y ser espectador, partícipe de primera mano de una remontada hacia los puestos de salvación. 

No hubo tal. 

El fútbol son las circunstancias que rodean al balón: el himno que suena al saltar al campo, afición a una sola voz alentando al equipo inyectando sangre en los ojos, los gritos desaforados al linier desde el primer fuera de juego para marcar terreno, es la iluminación tan especial del estadio que crea un nuevo color llamado “verde fútbol”, es la energía de un pueblo latiendo en sístole y diástole blanquiazul, es transmitir desde la grada al jugador que la humildad de un pequeño puede hacerte grande si te entregas de verdad a la causa del gol. 

No hubo tal.