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acía tiempo que no me invadía esa sensación de hastío y desazón a la salida de Butarque. Quizás me debería remontar a finales de mayo del pasado curso, cuando un Leganés que acariciaba el sueño del ascenso caía derrotado frente al Huesca complicándose mucho su travesía hacia tan ambicioso objetivo. Tras la derrota ante el Celta, tuve un sentimiento muy similar y simplemente me bastó con realizar una rápida radiografía del semblante de los aficionados que iban desfilando hacia los vomitorios, para lograr confirmar algo. Las caras de ilusión se habían esfumado en tan solo cinco meses de competición.El paciente empieza a tener achaques con pronóstico reservado. Actualmente es muy complicado predecir la evolución de un equipo que lleva ocho encuentros sin conocer la victoria, únicamente quince goles a favor y que ha sido atizado en exceso por las lesiones, dejando descompensado a un grupo que ya de por si comenzó con ciertas carencias para las exigencias que requiere una competición como LaLiga. Son ya demasiadas jornadas mirando los resultados de los tres inmediatos perseguidores, pero agarrarse a esos resultados y al hecho de no haber pisado los puestos de descenso –reconozco que yo también me aferré en alguna ocasión- comienza a parecerme cuanto menos una apuesta arriesgada.
Podemos adornarlo como queramos, pero la realidad es que se necesitan urgentemente piezas que ayuden a Asier y sus chicos a conseguir la meta. El Lega es un equipo de la máxima categoría como el resto de conjuntos pero necesita un plus de calidad. Es sólo eso porque los valores del club sí se llevan, por norma general, a la máxima expresión. De eso no hay duda. Créanme, yo estoy disfrutando, mucho además, pero las victorias son tan necesarias como las anheladas incorporaciones.
Siéntanse SIEMPRE orgullosos y agradecidos de este equipo. Pero, por favor, no permitan que se quiera tapar el sol con un dedo. Únicamente les servirá para encontrarse más tarde con la verdad. No olviden que el astro solar es muy rápido en sus movimientos y puede aparecer cuando menos se le espera. Como la realidad, siempre acaba apareciendo. Llamemos a las cosas por su nombre antes de que sea tarde.