El Leganés se desquitó con cuatro goles los fantasmas que acechaban el descenso, se desperezó ante uno de su rivales en la pugna y tomó aire para lo que pueda venir. No es una victoria más. En el duelo de ‘Garitanos’ golpeó con más fuerza Asier y puso los porqués de la paciencia -necesaria- del club pepinero en su primer año en la máxima categoría.
Porque fue la primera vez que el Leganés goleó en la élite. Porque, por fin, la suerte sonrió a los pepineros con un partido pleno, sin lesionados y con la efectividad de cara. Y por por último, y más importante, porque en una semana en la que el fútbol ha dado una muestra más de que no tiene memoria -o si la tiene será dentro de unas décadas- , el ‘Lega’ huye de la tradición impuesta por (casi) todos los clubes y apuesta por no mirar al banquillo y fusilar, si no dar la tranquilidad necesaria que los resultados deberían llegar. Y llegaron.
El precipicio hace lustros que ha dejado de producir vértigo en los despachos de Butarque. Atrás quedaron los años de segunda B en los que se hacía trizas el banquillo cada vez que el viento soplaba en contra y el tiempo ha dado la razón a aquellos que pedían calma, mesura, tranquilidad…porque Leganés tiene que ser eso, una isla en medio del desierto en la que Samu García se reivindique o en la que Bueno vuelva a golear como lo hizo en la Albufera. A fin de cuentas, que se sientan cómodos en el ‘microclima pepinero’.
Las nubes comenzaron a arremolinarse en el envite frente al Barça. Los de Garitano cuajaron un gran partido y demostraron que las piezas del puzzle que tiene que dejar a los madrileños en Primera comenzaban a casar. Era el presagio de lo que ocurrió ayer. La tormenta descargó fuertemente con el Deportivo y, posiblemente, Gaizka Garitano como damnificado. Una tormenta -para el rival- que el Leganés deberá seguir alimentando en una semana importante ante dos rivales directos, el Valencia y el Granada.