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Con lo feliz que era yo celebrando Champions con el Real Madrid y ahora me toca un sinvivir cada semana con el Leganés! Esa ha sido uno de los tantos comentarios que me ha tocado escuchar esta temporada entre aficionados del Leganés. A ninguno de los que fuimos el pasado verano a renovar o estrenar nuestro flamante abono de Primera división en las oficinas del club nos aseguraron que esto iba a ser coser y cantar, que la permanencia se iba a conseguir como quien dice en un avemaría.Porque los que llevamos muchos años siguiendo a este club ya tenemos ese ADN pepinero corriendo por nuestro cuerpo. Nunca fue fácil seguir estos colores. Siempre ha habido un momento en nuestra historia donde se veía que todo estaba perdido. Por citar los más recientes: la derrota en Terrasa, el fin de los argentinos contra el Córdoba, el biscotto entre Rayo Vallecano y Alcalá, la impotencia en Jaén, la injusticia de Badalona, el último puesto tras perder con el Castilla o el testarazo de Mario Fuentes. De todas ellas salió el C.D. Leganés para 88 años después de su fundación pisar la primera categoría por primera vez en su historia. Una categoría de la que no se irá mientras le queden fuerzas.
Ayer pudo haber dado un gran paso en la permanencia pero nuevamente volvimos a palidecer de pegada ante un trabajo incansable de los nuestros, que no dejaron de creer hasta el último momento y que se fueron de vacío de tierras eibarresas. Quedan tres partidos, dos de ellos en nuestro feudo y con cuatro puntos (o puede que incluso menos) certificaremos un hito que siempre ha estado patente en nuestro ADN: el de sufrir. Lo hicimos ante el Elche en el 93, en Matapiñoneras con aquel empate que supo a gloria, con la victoria agónica en Toledo, con la chilena del Guaje o con el testarazo de Insua en Miranda de Ebro. Nada hubiera sido lo mismo sin esa dosis de sufrimiento en cada uno de esos partidos.