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finales de junio del pasado año se nos abría un mundo nuevo. Ya no estaban Asier Garitano ni Martín Mantovani y tocaba reinventarse, un año más, en todas las áreas del club. Llegó Pellegrino, un tipo que hoy día sigue siendo el azote de una afición que ha vuelto a degustar el sabor de la permanencia, esta vez, de forma algo más holgada y en una de las ligas más disputadas por la parte baja recientes.Echando la vista atrás, el entrar en descenso y tocar fondo ocupando el farolillo rojo de LaLiga sólo fue un escenario que se nos presentó a principio de temporada con el calendario en la mano. A partir de ahí, las victorias balsámicas frente al Barcelona, el Rayo Vallecano y el Valladolid confirmaron el ascenso imparable de un equipo que ya ha batido todos los records de puntos de sus dos campañas anteriores confirmándose como un club al alza, como hizo ayer.
Lo certificó con una sonora victoria, la de mayor margen fuera de casa, y ante un Sevilla que se jugaba sus opciones de entrar en la Champions League el año que viene. Con un fútbol práctico y sin demasiadas fisuras atrás y una pegada adelante que le ha faltado en muchos partidos, En-Nesyri y Braithwaite, esta vez sí, descargaron toda la pólvora que llevan mostrándonos en este 2019. Luego apareció Óscar para poner la guinda al pastel de un partido y una temporada en lo personal como en lo colectivo.
Se ha quedado cerca el sueño de pasear el escudo y los laureles por las diferentes regiones de Europa, pero lo que ha quedado es sólo la antesala de un proyecto que deberá comandar Pellegrino con una base de jugadores y un sistema que sigan haciendo crecer al Leganés de la misma forma que lleva haciendo en la última década y estando cada vez más cerca de ese cielo que no para de agigantar cada día.