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espués de un mes de enero lleno de emociones y decepciones, la derrota ante el Sevilla en la Copa del Rey nos devolvió a nuestro terreno: la liga y la lucha por evitar la quema de Segunda. Visitaba el Eibar el estadio de Butarque como antaño lo había hecho tantas veces en otra categoría. Asier Garitano se hartó de decir pre y post partido que las equiparaciones entre eibarreses y leganenses eran irrisorias y que el conjunto vasco se encontraba en otro nivel muy distinto del nuestro.Y no le faltó razón. En un duelo soporífero, Mendilibar fue cocinando a los pepineros hasta que Ramis sobre la campana les dio los tres puntos y los aferra a los puestos altos de la competición dejando a los de Garitano en la zona templada «siempre mirando al descenso» al que tiene a once puntos, a expensas de lo que haga el Deportivo contra el Betis esta noche. Esa derrota devolvió al Leganés a la normalidad, a un estado y un escenario que se podía esperar, en un duelo donde lo normal es que hubiera habido reparto de puntos pero que también era normal que el Eibar, por empuje, te terminara rematando.
Por eso disfruto y me gustan estas semanas lejos de los focos mediáticos, donde apenas hay una columna para la crónica del partido o donde ningún jugador del Leganés sonará como refuerzo de un equipo de entidad superior o se especulará con el fichaje de Garitano por el Athletic. El próximo viernes toca otra ración de lo mismo. Visitar Montilivi y enfrentarse al equipo de Pablo Machín nos evoca a temporadas no muy lejanas, goles de Timor o a Sandaza infringiendo un castigo excesivo. Siete días de tregua antes de recibir al Real Madrid para que todo vuelva a teñirse de reportajes, entrevistas y apariciones en los focos internacionales desnormalizando a este Leganés que casi tocó el cielo con las manos pero que bajó a la tierra que lo retiene contra su voluntad de soñar.