E

l inicio del verano nos trajo dos cosas: la tristeza del adiós de Garitano y la esperanza de una nueva etapa con Mauricio Pellegrino. También nos dio otra ración de pretemporada. Esta fue inmaculada, el equipo estuvo invicto y según iban pasando las semanas se iba notando que las piezas empezaban a engranarse. Ha finalizado la estación y tres meses después el equipo es un espejismo de lo que realmente vimos. La competición ha sacado a la luz la tensión y los nervios de un equipo que se ve colista y que ve como ya mismo les llega otro duelo este próximo miércoles sin tiempo para pensar en que el medio plazo es lo que les pueda sacar del pozo.

Se ve miedo a fallar, solo hay que ver ese ligero 50% superior en la precisión del pase para darse cuenta, el balón les quema, 27 despejes y casi un 1/3 de los balones fueron en largo. Se empieza a echar en falta jugadores como Gabriel, al cual se le acusaba de «sobar» demasiado el balón pero que le daba al equipo esa conducción y músculo en el centro que ha perdido. El Eibar fue el último rival que lo aprovechó y nos sobrepasó por ahí sabiendo gestionar mejor los espacios.

Pero no todo es una catástrofe, se ven brotes verdes a los que agarrarse: que empieza a ganar en confianza defensiva y que por arriba va a porfiar todo lo positivo que venga esta temporada. Remarcaba Pellegrino en rueda de prensa que les hace falta una victoria para liberar una tensión que los tiene atenazados. Ahí también se le empezaron a ver los nervios cuando le preguntaron por la portería, algo, que de momento no es la mayor de sus preocupaciones. En dos días se recibe al todopoderoso Barcelona en casa y al que nunca hemos ganado pero si les hemos sudar, el fin de semana visitamos un Villamarín donde ya dimos la campanada y al final de ese túnel se atisba la visita del Rayo Vallecano a Butarque. Tres partidos marcan el devenir de un equipo al que la losa del tiempo puede llevarse a un entrenador por delante tras más de seis años sin hacerlo por la ciudad de Leganés.